"Cazador era como una pelota: uno la tenía y todos jugaban"
Es increíble pensar que el cómic nacional más vendido de los últimos 40 o 50 años le haya generado a los autores la friolera suma de algunos combos de McDonald's, algunas porciones de muzza y algunos morlacos como para ir a la comiquería y llevarse alguno que otro a casa. En ese lugar está parado Jorge Lucas, el creador del éxito que significó Cazador, el último gran boom de la historieta argentina; el tipo que sabe que su obra fue leída por más de una generación y que, por alguna pirueta, dio lo que dio, pero no dio los millones que se suponen.
Algo que Lucas tiene claro sobre Cazador, su historieta: se leyó muchísimo. Muchísimo, mucho, muchísimo. Algo que aprendió con el tiempo: uno de los pibes del colegio compraba un número y terminaba siendo leído por unos 20 o 30 guachos del curso. Es decir, no todos compraban Cazador, pero todos leían Cazador. "Era como una pelota de fútbol, uno la tenía para que todos pudieran jugar."
El origen
"Aprendimos a pintar con Photoshop para terminar los números más rápidamente", cuenta Jorge, sentado en el living de su departamento en el barrio de Villa Santa Rita, en pleno albor de la serie de El Eternauta, ese producto cultural devenido en capitalización de soft power criollo que viene genealógicamente del panteón de la historieta nacional. Espacio que ocupa, obviamente, con el mismísimo Cazita, entre otros gigantes.
En términos históricos, Cazador nació en las postrimerías del alfonsinismo, en el '88, cuando Lucas participó de un concurso auspiciado por la Revista Skorpio. "Yo venía muy copado con el Dark Knight de Frank Miller. Cazador tiene un estilo parecido al de ese Batman, pero mal." Allí, ganó una mención (no el concurso, porque "Cazador nunca ganó nada") y eso devino en combustible para armar su primer fanzine: Arkham, una historieta hecha con fotoduplicación cuya tirada fue de 100 números, en marzo de 1990.
"Tuvo cierta difusión", recuerda Lucas. Por ese ruido apareció Javier Doeyo, quien se convirtió en el editor de sus "primeros números", una edición reformulada de aquel debut. Era 1990 y, hasta entonces, Cazador se presentaba como una especie de Batman tercermundista, un enemigo natural de la CIA y del aparato gubernamental norteamericano. Los guiños epocales se cuentan solos.
El canon
A finales del '92, Cazador firma con Ediciones de la Urraca bajo el influjo de un comienzo algo tambaleante y con un desenlace que fue engordando en conversación pública, en chistes, en popularidad. Y fue Mauro Cascioli, su editor, quien ordenó una guerrilla de afiches por Av. Corrientes, que significó el primer gran virus, ese "salir del closet nerd" para llegar al transeúnte, al oficinista, a los vecinos, al piberío. "Cascioli quería un personaje tipo Lobo. Por eso agarramos a Cazador y lo transformamos en una especie de Lobo, pero más puteador. Con el tiempo, el personaje fue adquiriendo su vida propia."
Así, Cazador pasó de ser un personaje "serio" a una "sátira burlona", de configurar una personalidad provista casi por default a delinear el ego de un personaje trascendental, esos que marcan épocas. De esa relación con Cascioli salieron 66 números: 7 en blanco y negro y el resto a color, esqueleto fundamental y espiritual de la obra toda. "Al principio salía cada cuatro meses, pero cuando armamos el libro recopilatorio de los primeros siete números, que vendió mucho, Cascioli se entusiasmó y la volvió mensual", cuenta Lucas.
Aquel primer staff es, también, el más recordado de todos: Claudio Ramírez, Ariel Olivetti y los mencionados Cascioli y Lucas. "Mauro hacía las tapas y los pósters centrales. Olivetti se fue en el número 7, pero era quien dibujaba y pasaba a tinta. Y los guiones los armábamos con Ramírez, como una forma de tener alguna guía", explica Jorge. Con esa metodología –urgente, a las apuradas, con deadlines malignos– llegaron a vender unos 30.000 ejemplares mensuales. Una barbaridad que, en ese momento, no era considerada como tal. "No le dábamos importancia a eso", tira Jorge. "Todo ese movimiento lo vi recién cuando me hice un Facebook, que se sumaron un montón de personas al toque."
Las desventuras de Cazador partían de historias casuales que le caían en (des)gracia. Vivía en una iglesia abandonada y, de pronto, se levantaba una mina que era, en verdad, una extraterrestre. Todo así, todo asá, todo muy random. "Le pasaban ese tipo de cosas, tal vez luchaba contra una invasión de aliens en Buenos Aires, pero él no quería salvar el mundo, sino que las cosas simplemente le pasaban."
El regreso
Pero llegaron los vueltos del menemismo, la muerte de las editoriales, la caída del consumo, la pérdida nominal de los sueldos, el crash antes del crash. Pero como Cazador es inmortal, se las ingenió para volver. Hubo en el 2000 una experiencia de Cazador en el mainstream de la mano de Editorial Perfil, que duró otros 22 números. Allí estaban Ramírez, Cascioli y Lucas, pero también Omar Francia, Walther Taborda y otros artistas más. ¿El último número? Muy oportuno: pautado para el 20 de diciembre de 2001. "Me llamó Claudio Ramírez, que tenía relación con la editorial, para decirme que no iba más."
En esos años, Cazador estaba empapado de coyuntura porque, literalmente, los guiones los hacían "en el momento". Su urgencia los hacía beber del cuenco de la noticia exprés, de los últimos cinco minutos de la decadente y pop farándula noventera. Por eso, las noticias que explotaban desde la televisión terminaban incrustadas en su historia, como aquella tapa con Mauro Viale y Jacobo Winograd, o aquella junto a las Spice Girls, o esa otra con las Sailor Moon.
"Un día, en Radio Rivadavia dijeron que no podían creer que aún no estemos enterrados, por la cantidad de chistes que hacíamos con el empresario menemista José Luis Manzano", dice. "En un momento tuvimos que aclarar que era una historieta para adultos porque nos compraban los pibes, y no era un producto para pibes."
El culto
A la sazón, por su identidad naturalmente irreverente, Cazador vivió los embates de la censura y el mundo comiquero nac & pop aún recuerda esos números acompañados por una faja negra que tapaba la mayor parte de la cubierta, como si fuese una revista pornográfica. Así se distribuyeron las portadas de Dragon Ball, la de Comodines y la de Lady Di. "Metíamos muchas barrabasadas y hacíamos cosas para romper las pelotas. A muchos les empezó a molestar cuando Cazador se hizo popular. Lo nuestro también era una crítica social, no eran sólo puteadas. Por eso hay gente que lo defiende y otra que se desmaya."
Su obra se metió en el centro de la realidad argentina para, en algún punto muy grotesco de una época ídem, narrarla. Como un cronista diabólico, paródico y roñoso. Como un payaso chistoso que señala con el dedo bien turgente aquello que está mal, todo aquello que está irremediablemente para el tuje y, de paso, se recontra caga de la risa de todo, a puro desenfado. A pura honestidad. Porque si algo es Cazador, lejos de marcos teóricos fifís, es un artefacto visceral, auténtico, juvenil, roto, vivo, aunque esté muerto, aunque sea inmortal.
Así las cosas, la popularidad que Jorge Lucas ganó haciendo Cazador lo llevó a trabajar por Marvel y DC, los dos sellos de cómics más importantes del planeta. Después de unas pruebas, pasó cinco años haciendo cosillas para X-Force, Pantera Negra, Inhumanos, Los 4 Fantásticos, Thor, Hulk, Los Vengadores y otros más. "Laburé bastante y gracias a esos años tengo este departamento que compré en 2001. Antes me la pasaba en la casa de mis viejos, dibujando sin parar."
El rescate
Después de un parate, Cazador volvió para 2010 con dos números editados por Deux, sello de Javier Doeyo, un viejo aliado del Cazita. Y, de sopetón, siempre respawnea con viejas narraciones en libros de corte antológico. "Hoy se me ocurrirían mil historias para Cazador. De hecho, estamos con Ramírez con ganas de escribir algunas, pero quiero que sean en papel porque odio lo vegetal… digo, lo digital. En un momento, el personaje se fue al infierno y mi idea es que vuelva de ahí."
Por lo demás, debido al propio peso del personaje, Cazador siempre tuvo asomos cinematográficos que nunca terminaron de prosperar del todo, por H por B, por K o por Z. Proyectos de animación, titánicos, raquíticos, insólitos y poco concretos. Cazador merecía su propia versión audiovisual, como Las Puertitas del Sr. López, como Zenitram, como Isidoro, como Don Fulgencio… como El Eternauta.
Hasta que en 2015 apareció la realizadora Georgina Zanardi (primero en colaboración con Marcelo Leguiza) y se despachó con Cazador, la película, una producción independiente protagonizada por La Masa, el luchador de catch de 100% Lucha. "Georgina era alumna mía de un taller de historietas. Un día, les pregunté a los chicos qué hacían, a qué se dedicaban, y ella dijo que hacía cine. Entonces le dije, en joda, ¿por qué no hacés una película de Cazador? Y fue y la hizo."
Con un caótico estreno fichado en 2022, apenas saliendo de la pandemia, el Multiplex de Belgrano juntó a unas primeras huestes que vieron una versión full de la película. Tiempo antes, a finales de 2019 y a pasitos del coronavirus, se proyectó una especie de versión inacabada en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre, cónclave de fanáticos del gore, las tripas y el cine de género, hogar natural de una producción de estas características. "La pasamos a sala llena pero, obviamente, no ganamos ningún premio. Como siempre", se lamenta.
El ahora
Por estos días, a sus 62 años, Lucas sigue sin caer del todo, como si no terminara de hacer carne tooodo el hito que promovió en la historieta nacional. Su sueño reposa en anaqueles, repisas y bibliotecas de adultos (ir)responsables. Su historieta sobrevivió a mudanzas, a separaciones, a todas las tempestades, en las casas de sus seguidores. Por eso, también, hoy vive liviano, sin fábulas de rockstars y, como muchos argentinos, con la guita justa, sacando laburitos. Como el impecable cómic que hizo para la tienda Capitán Barato.
En ese tren despojado de egomanía, Jorge Lucas suele pasearse por eventos del palo vendiendo algunos prints e ilustraciones originales. Presentándose como un laburante más, que sigue tras la pista de los cómics de Batman que lo fascinaban de chico y con alguna de aquellas ganas de hinchar las bolas, a veces muchas, a veces no tantas como antes pero ahora, exactamente ahora.
Y su obra, que es un navajazo involuntario provocado por ese viejo arrojo adultescente, dejó un surco que no puede ser llenado. O que, al menos hasta ahora, no tuvo su reemplazo natural. Ni un digno heredero. Y eso que una presidencia como la de Javier Milei le quedaría calzada y tendrían como para hacer dulce. Por eso, se yergue el irremediable perfume a comeback; por ello, resulta necesario subrayar que –pase lo que pase, porque Argentina es Argentina– Cazador no murió ni morirá jamás. Ni aunque lo arrastren al puto infierno.