No sé si estoy en mi mejor momento como para dar consejos. Los consejos los suelen dar los ganadores, los que les va bien, los que le encuentran la vuelta. Pero también los que ya anduvieron por ahí. Si están buscando laburo en periodismo, estuve ahí. Una, dos, mil veces. Y posiblemente vuelva a estarlo. Ya sé más o menos cómo es el camino así que, como no me animo tanto al consejo, digamos que compartiré mi experiencia y traficaré algunas palabras de aliento. Así me fue a mí. Así me resultó a mí. Así sobreviví 20 años en el periodismo siendo freelance y saliéndome con la mía.

Antes de zambullirme en el asunto, un poco de contexto: soy Hernán Panessi y tal vez me recuerden por alguna nota en Página|12, por las películas de VideoFlims, por el libro de porno, por las entrevistas de FAN el programa, por los videos con Jorgito Porcel o por mis años 420 en El Planteo. Si no les suena nada de eso, está todo bien: somos un montón y tampoco soy un imprescindible. Pero sí soy laburante. Muy. Ya me conocerán: hola, acá estoy, en la logia masónica con el Gran Maestre y acá comiendo pizza de cáñamo con una rapera.

Como siempre le meto para adelante, ya me armé una especie de metodología profesional para sobrevivir en un oficio de burgueses, nepobabys y holgazanes, de gente brillante, culta y creativa, de jefes de mierda y de jefes increíbles, de habitantes del conurbano que por default suelen venir más pillos y de los que se criaron en un balcón soñando con ver de cerca a un vecino. Hay de todo.

En mi caso, soy del convoy de los nadies: no tengo parentela famosa, nunca tuve cuña. Lo que hice fue solito, a puro pecho, entrando por la ventana, inventándome a mí mismo. Tuve que mulear. Me acostumbré a mulear (es sólo descripción, no lamento; ya está). Después llegaron las oportunidades: llevé la cultura alternativa a la radio mainstream y fuimos mainstream, fui rockstar, fui el mejor y el peor. Pero no importa tanto lo que fuimos, sino lo que somos: todo es experiencia. Porque no voy a contar éxitos, sino que voy a desnudar experiencia.

En ciclos de dos o tres años me tocó cambiar de trabajo. Por H o por B. Te echan con justa razón, te recortan porque el presupuesto se terminó, te limpian porque el proyecto cambió de forma, te sacan porque ya no tenés el rating que solías tener, o porque cambió tal gestión de gobierno, o porque el patrocinador ya no la pone, o porque pudiste ser mejor, o porque.... Y en todos los casos está bien, no pasa nada. Porque esto es así, ¿qué va a ser? Son los bueyes con los que aramos.

Así que si me pidieran una palabra, les diría: aguanten. Desarrollen una tolerancia suprema al "no". Como en la vida, como en el cortejo, como en el fútbol, como en todo: suele haber más "no" que "sí". Pero hay que estar preparado para esos "no", porque llegan de a miles. Y cuando se escurre el "sí", hay que aprovecharlo y acelerar. Hacer las cosas bien. De buena fe. Sin biri biri. Y pelando: "Acá estoy, esto soy y si hace falta voy a trabar la pelota con la cabeza porque tengo huevos". No sean histéricos. Cumplan con los deadlines. Tengan una agenda en papel.

Si me pidieran más palabras, les diría: traigan soluciones. Las escuelas de periodismo sacan de a miles de egresados por año. Y ya somos un montón. Cada vez más, de hecho, y ya ni sé por qué. En ese mar de gente, les diría: no se autopostulen sin dar soluciones porque van a molestar, generar un embudo y frustrarse. Si levantan la mano digan "sirvo para esto", "soy bueno en esto", "éstas son mis ideas". Llévenles soluciones a las personas que deciden, al tipo que los puede contratar, o dar una mano, o tirar un centro, o darles el trabajo de sus sueños.

Si tuviese que mirar hacia adentro y ver cómo armé de mis mañas una disciplina les diría: sean consecuentes. Y buena leche. No piensen la vida como un one shot y con la lógica mierdera de las relaciones utilitarias. Todos nos damos cuenta de todo. Sabemos cuándo nos manguean un contacto para lauchear y después ni cabida, así como también los otros se dan cuenta de las relaciones por conveniencia. Banquen con el cuerpo lo que dicen con la boca.

Sean de confiar. Si tienen que ayudar, ayuden. Si tienen que cerrar las nalgas, ciérrenlas. No se crean más de lo que son. Somos periodistas, un oficio más entre los miles de oficios. Somos laburantes, no pasa nada. No se coman ninguna por los followers de las redes sociales o porque eventualmente les den un free pass al VIP del Lollapalooza y logren sacarse una selfie con Duki. La estrella es él, no ustedes.

A propósito, en 2014 publiqué un libro llamado Periodismo Pop: Ser freelance, salirte con la tuya y no morir en el intento y en el primer texto dije unas cosas que una década después todavía sostengo: "El freelancismo es un arte de supervivencia que tiene que ver, en términos generales, salvo casos extraordinarios, con ganar poco dinero y trabajar mucho". Se celebran la flexibilidad horaria y la variedad de tópicos, es verdad. De eso, también hablé. Y escribí: "El periodista deberá armarse de un calendario de pagos para sobrevivir". Sigo sosteniéndolo.

Para facturar les diría: tengan el monotributo al día. Aprendan a usar PayPal, a cambiar criptos, a sacar una factura, a saber cuánto vale su trabajo. A activar los rendimientos de Mercado Pago. A vivir la vida, pero –siempre– guardar un pucho para después. A poder cotizar sin miedo ni asco. Nadie más que ustedes sabe lo que cuesta su trabajo. Vendrán tiempos secos y otros de más viruta. Tiempos de malabares y otros estables. Honren su paga. No regalen nada y, en la medida de lo posible, sin hacerse los máquinas, háganse valer. Acá entra la máxima de Mirtha Legrand: "Como te ven, te tratan". Y es cánon.

A los entusiastas les diría: insistan. No claudiquen. Armen sus propios proyectos. Háganse concha con ellos. Aprendan. La mejor manera de aprender es haciendo, haciendo y haciendo. Casi que no hay otra. Vayan a la facultad, estudien, sí, obvio, pero hagan. Una cosa, sin la otra, no sirve para nada. No importa si tienen 18 años y recién están por entrar a su primera clase de "IPI" en TEA o si son unos profesionales de casi 40 que editan un medio piola: hay que hacer, hacer y hacer. Una oportunidad lleva a la otra, una vuelta lleva a la otra, un contacto lleva al otro. Y el músculo del "hacer" va engordando y ganando volumen. En un momento va a ser más fácil porque ya sabés cómo es la mano.

"¿Hacer qué, Hernán?" Qué me importa. Lo que ustedes quieran hacer: un podcast, un fanzine, un medio digital, un canal de YouTube, una cuenta en Instagram con reels, un workshop, un canal de streaming, un programa de radio, un newsletter, lo que ustedes quieran. Hoy pueden hacerlo porque Internet nos deja. Ni me voy a enroscar a explicar cómo, porque ustedes lo saben. No se queden con la duda. Háganlo y háganlo ustedes mismos. Haciendo por la suya van a descular un montón de cuestiones inherentes al esfuerzo, al trabajo en equipo, a la ambición. A lo que cuestan las cosas. Pero van a aprender. Yo aprendí. Mucho.

Y, en ese sentido, saber lo que cuestan las cosas me hizo valorar las oportunidades. Cuando me convocaron para conducir en Nacional Rock a finales de 2014, llegaba temprano y me iba tarde. Cuando se dio la chance de conducir en Delta 90.3 en 2017 pasé primero por llamadas ocasionales, columnas rimbombantes y suplencias deformes. Antes de convertirme en editor de El Planteo escribí mil notas, algunas hiteras, otras no, pero pelé una banda de experiencia que fue detectada entre tanto ruido. Y todas esas veces –y en todas las otras– fui un laburante al servicio de la causa, algo que se valora acá, allá y en todos lados. Después, si les va bien o les va mal, es otro cantar, no pasa nada.

Para escribir, me levanto temprano. Para armar un sumario, no tengo horarios. El sentido arácnido vive conmigo y lo tengo encendido todo el día. Veo notas por todos lados. "Esta idea me puede servir para tal cosa, ésta para tal otra", pienso. No sé qué tan bien esté esto porque es un poco alienante para uno y para otros. Pero, bueno, qué sé yo, siempre ando pillo. A veces soy denso, otras llego primero. Así que a los periodistas y futuros colegas les diría: no sean vagos, las notas están ahí, regaladas, tal vez hay que mirar para otros lados. A todo le podemos dar vuelta de tuerca, aunque hablemos todos de lo mismo.

Para el fantasma de la página en blanco les diría: empiecen por cualquier lado. Y después retomen por donde más les parezca. Ahí, qué se yo, no hay tanto misterio: el periodismo –gráfico, supongamos– es un oficio que se gana haciendo. Escribiendo, metiéndole, leyendo a gente que admiren. Recibiendo con humildad el feedback que les dan los editores, teniendo una escucha activa a lo que dicen las redes. No siempre confíen, pero muchas veces se pueden sacar cosas piolas de lo que les devuelvan por ahí. No todos son haters.

A mis amigos les diría: gracias. Tal vez es una perogrullada, pero sin los amigos que uno hace en el camino, seguramente no podríamos hacer nada de lo que hacemos. Los proyectos ungidos por la pasión están hechos de esperanza pero también de amistad. Uno sabe quiénes son esos amigos. Ténganlos cerca. Pregúntenles cómo están, súmenlos a sus delirios, intercambien experiencias y pareceres, hagan que crezcan para crecer también ustedes. Sean amorosos. Sean amigos.

A todos les diría –y esto sí es contemporáneamente muy importante–: desarrollen su marca personal, su firma, los guiños que los hagan distintos a los demás. No sean fotocopias, no sean clones de otros. Como dijo el Leo "El Tigre" Oyola: "Busquen la canción que cada uno tiene adentro". Laburen para ustedes. ¿Una herramienta? El autobombo. El honesto, eh: digan "Acá estoy, hago esto, soy bueno en esto otro". Laburen para ser mejores. Estudien. Escuchen. Lean. Vean. Aprendan. Generen ecosistemas de gente. Métanse en otros. Vean a los capos y también a los crotos. Sean curiosos. Sean humildes.

Y si les toca la buena, no sean fantasmas. Todos vemos a los fantasmas. Nadie quiere a los fantasmas. Y si les toca la mala, no sean estropajos. No lo son. Nadie quiere a los estropajos. ¿Salirse con la suya siendo un freelance? ¿No morir en el intento? Lo más honesto sobre esto es que el espejo refleje más o menos con dignidad lo que queremos ser.