Black Sabbath y "Back to the Beginning": un adiós a la altura de la historia
No es sólo la música. Son los recuerdos, los amigos, las historias. Son los pibes, el barrio, las novias, las calles, las noches, los sueños, los insomnios. Es la música entretejida en la trama de la vida. Es una conexión casual (más que causal) con memorias imborrables que te constituyen como persona. Es el hábito de la repetición. De un riff, un solo, una línea de bajo, un estribillo, un estado de ánimo, una memoria, una parte de la vida.
Un sábado soleado limpiando la casa al ritmo de "Crazy Train". El asado interminable con los amigos y Masters Of Reality de fondo. El decimoquinto porro de la noche y "Planet Caravan" para llevarte de viaje por el cosmos. La vuelta en el tren con "I'm Going Insane". O "Electric Funeral" en el bondi que te trae del laburo. "Changes" de fondo mientras mirás ese mensaje que te mandó a la B. Un pogo inesperado con un cover de Black Sabbath en el recital de tu banda favorita. Y así al infinito. Cada parte de la vida, una parte de una canción. Y todo eso porque a cuatro tipos se les ocurrió juntarse a tocar en un pub de Birmingham a finales de los '60 y bautizar a su banda con el nombre de una película italiana con Boris Karloff.
La vuelta al origen
Cómo si fuera una regla universal, (casi) todo termina donde empezó. El regreso a casa. Tópico clásico de la literatura mítica universal: la odisea. Ni hablar del ciclo de los Yugas de la mitología hindú; de la destrucción y la reconstrucción del mundo de los nórdicos. Es un cierre prolijo, ontológicamente elegante. Ahí, en la fina línea entre la filosofía y la autoayuda: la vida es una espiral ascendente. Por eso ese concepto de "Back to the Beginning" con el que enmarcó Black Sabbath su despedida de los escenarios, en simultáneo con la de Ozzy Osbourne y su legado solista. Un recital armado alrededor de la figura carismática que se supo construir, siempre del lado jodón de la vida, pero en base a una trayectoria musical reservada sólo para algunos elegidos.
Si bien el rock es el género musical al que más tiempo le dediqué en toda mi vida, no tengo del todo claro cuándo empezó. Siquiera sé si es posible establecer una fecha concreta o si se trata de un "proceso". Sí, al final siempre se trata de un proceso. Las opiniones más comunes son que fue en Estados Unidos con el rock and roll, con Elvis cómo arquetipo del ícono popular moderno, o bien en Inglaterra con los Beatles y el triunfo definitivo del concepto de "banda de rock" (bajo, guitarra, batería y voz). Cada cual debe tener su hipótesis.
En cambio, con el heavy metal, metal pesado o sencillamente "metal", la coincidencia es casi unánime: Black Sabbath. Digo casi porque también están los heterodoxos que señalan un origen híbrido de responsabilidad conjunta con Deep Purple. En todo caso no se mueve de ahí, pero para mí casi que no hay discusión: lo de Black Sabbath está en otra categoría.
Sus primeros cuatro discos (Black Sabbath, Paranoid, Masters of Reality y Vol.4) configuran una tetralogía perfecta que contiene, a la forma del Big Bang o el Aleph, todo lo que vendría después. Una banda que condensó un género entero. Una obra descomunal que, además, no invalida el resto de la historia del grupo. La década que duró la formación original alcanzó para dejar un legado monumental que devendría en la creación de un universo cuasi infinito. Metal Archives, la enciclopedia online dedicada al metal, ronda las 150 mil bandas registradas. Incluso los discos de Sabbath con Ronnie James Dio son gemas para quien se anime a cruzar el umbral de la heterodoxia sabbathera.
Pero los primeros cuatro discos son como los cuatros evangelios. Son canónicos. Y por esas casualidades de la vida, porque bien podría haber sido distinto, los cuatro integrantes originales de la banda seguían con vida para poder despedirse a lo grande. En una actividad con tantos muertos como el rock, con tantos caídos por drogas, accidentes o suicidios, es casi un milagro.
Técnicamente, Black Sabbath ya había tenido su regreso, la gira de jubilación para garantizarle una buena vida a sus hijos y nietos. Quizá a alguna generación más también. Pero esa vuelta sorpresiva quedó algo trunca por la ausencia de Bill Ward. Un Black Sabbath al 75% seguía siendo un montón y todos los fanes respondieron con total fidelidad. Sin embargo, quedaba esa espina de ver a la formación al 100%. Y al fin sucedió por última vez.
El escenario elegido fue el estadio del Aston Villa, club icono de la ciudad de Birmingham en cuyas calles nacieron y se criaron los Sabbath. Misma ciudad que cobijó las fábricas donde Tony Iommi, en calidad de laburante metalúrgico, se rebanó los dedos y se vio obligado a recalibrar su forma de tocar la guitarra. No tuvo mejor idea que afinar la viola un tono más abajo para dejar las cuerdas más flojas y el resto es historia. Otro golpe de suerte en la historia de la mejor banda de rock de todos los tiempos (perdón Led Zeppelin).
Birmingham, la cuna de Black Sabbath
Ni bien se baja de la moderna estación de tren de Birmingham, ya se reconocen algunos aspectos de la ciudad. Un toro gigante en el Hall central, bautizado Ozzy. Al poner el primer pie en la calle, se entiende la diferencia sustancial entre esta ciudad y Londres. Birmingham es una ciudad castigada, linda pero hecha un poco mierda. Donde lo primero que encontrás es la fachada del pub The Crown, el kilómetro cero del metal, cerrado pero rescatado por los fans.
Black Sabbath es profeta en su tierra. Tienen su propio puente (Sabbath Bridge) en medio de una zona repleta de barcitos para salir de joda. Cada lugar importante de la ciudad tiene una referencia a la banda. Este sábado 5 de julio, la ciudad se innundó de gordos vestidos de negro, chalecos y gorras de todo tipo, barbas, pelos largos, borcegos, todos hermanados en un peregrinaje final. Fueron las plateadas cruces de Black Sabbath.
De camino al estadio se veían viviendas sociales, construidas muy prolijas, casas que en Argentina serían casi un lujo, pero con los patios delanteros llenos de basura. Todo sucio y desordenado. Mucha feria llena de puestos de frutas y verduras con amplia mayoría de clientes árabes. Las obras de infraestructura nueva, en plena construcción, conviven con las viejas estaciones de tren que recuerdan a las de la línea San Martín. Los techos de madera son los mismos. Acá también esa infraestructura de la revolución industrial duró más de un siglo. Una ciudad pintoresca pero gris. Me imagino un domingo nublado a las siete de la tarde en Birmingham y entiendo perfecto esa atmósfera densa del disco debut epónimo, Black Sabbath.
La polémica en redes sociales
Cuando se anunció el recital se dispararon todos los mecanismos de propagación y confusión correspondientes. Irónicamente, las mayores cuentas de difusión y alcance sobre heavy metal están en Instagram. Ni Twitter ni TikTok ni nada: Instagram. Calculo que tiene que ver con el grueso de los fans tienen cuenta en esa red –que reemplazó espiritualmente a Facebook y, por lo tanto, al sentido común digital de la generación+30–. Digo irónicamente porque es de mínima chistoso que la red donde la imagen, la vanidad y lo falso son la norma, sea la red que "el metal" usa para comunicarse. Cosas de la vida.
Las reacciones digitales a la noticia cubrieron todo el espectro posible. De la euforia total a la indignación total. Ah, sí, la era de instrumentalizar las reacciones emocionales para generar interacción. En definitiva, lo clásico: "Va a ser el mejor show de la historia", "Ozzy robando de nuevo con otra despedida", "Estos viejos quieren solo guita". Bla bla bla.
A medida que la fecha se acercaba y las bandas se iban sumando al recital, el hype iba creciendo. El día de la venta todo se agotó en instantes. Este humilde servidor consiguió entradas gracias al fino trabajo de su señora (a quién pueden leer acá y/o seguir acá), que encontró un glitch en la matrix. Los socios del Aston Villa podrían acceder a una preventa anticipada. Y resulta que te podías asociar al club sin necesidad de pagar nada, sólo llenando los formularios web. Nos asociamos, esperamos la fecha y para cuando salió la primera preventa estábamos 22 en la fila virtual. El loco en la quiniela y el nombre de la banda del Lobo. Ah, sí, y la despedida se hacía en Villa Park, que podríamos traducir como parque de la villa, o Villa del Parque si forzamos un poquito el juego de palabras. Otro mimo a este humilde servidor.
La expectativa por el show se volvía inmensa a medida que se sumaban bandas, más jóvenes que Black Sabbath pero ya no jóvenes en términos absolutos. Artistas que marcaron la vida de todos nosotros. Formaciones ensambladas, diezmadas, con soldados caídos en el camino, y más de una separación y reconciliación posterior en las espaldas. Tanques totales. Tool, Pantera, Metallica, Guns And Roses, Slayer, Alice In Chains y una catarata de invitados sorpresa. Un peso pesado atrás de otro. Una herencia atrás de otra. La incógnita era cómo se iba a acomodar semejante cantidad de artistas en un solo día. Lo recaudado, además, sería para el hospital de Birmingham para luchar contra el Parkinson. Al publicarse esta nota, la cifra total recaudada y donada supera los 140 millones de libras esterlinas. Los refutadores ya se estaban queriendo atornillar la poronga al piso.
El estado del arte
A medida que se acercaba la fecha y los detalles iban saliendo a la luz, tanto involucrados como fanáticos nos íbamos dando cuenta de que esto sería histórico como nunca nada anterior lo había sido. Por un lado, la despedida de la banda que empezó todo. Por otro lado, un pase de revista a los más grandes del género y una especie de "estado de la cuestión". Saber dónde está hoy el metal y hacia dónde se dirige.
La incógnita está ahí en el aire: ¿qué va a pasar cuando Ozzy no esté más? Porque entre una cosa y otra, el viejo siempre estuvo ahí. Aunque amagó más de una vez en bajarse, siempre bancó la toma. Es padrino y guardián de un género que tiene una historia larguísima, fecunda, y que hoy enfrenta la realidad de no ser ni por asomo de los más convocantes.
Aunque cuente en sus filas con números 1 mundiales de la talla de Metallica, que es capaz de sostener el peso sobre sus hombros, y tiene exponentes posteriores con un alcance para nada menor (Gojira fue la primera banda de la historia del género en tocar en un Juego Olímpico), es cierto que en los recitales de metal de bandas clásicas casi no se ven adolescentes ni pibes menores de 25 años. Somos un grupo humano que creció y envejeció junto a sus ídolos. Pero que de los 2000 para acá viene luchando en su trinchera contra una escena captada por otros estilos más populares. Esto no quiere decir que no haya bandas increíbles, caras nuevas ni nada por el estilo. Sencillamente es que antes ponías MTV y escuchabas Pantera o Metallica. Y sobre el principio del siglo, Limp Bizkit, System of a Down o Linkin Park. Pero Significant Other ya tiene 25 años y hoy no hay bandas ni artistas de metal en los top de los charts mundiales.
El rock fue hecho para el vivo
El recital/festival empezó fuerte y al medio: Mastodon. El estadio explotó con "Blood and Thunder" y "Supernaut". La dirección musical estuvo a cargo de Tom Morello, que se encargó de juntar la selección de músicos más amplia y jodida de todos los tiempos. Si bien todos sabíamos que iba a ser demencial, presenciarlo en vivo es otra cosa. El rock fue hecho para el vivo.
Los discos, las grabaciones, son una forma de inmortalizar esa música pero lo que sucede en un escenario cuando hay una batería, un bajo, una guitarra que suenan fuerte, rápido y con distorsión (o al menos dos de ésas), no hay con que darle. Y es ese ritual lo que nos mantiene vivos a todos. Lo que mantiene vivo al "género". La música en vivo es irremplazable. La energía de una buena banda de metal en vivo es irremplazable. Y por más que no esté dentro de los más populares, tiene los fundamentos necesarios para sobrevivir al paso del tiempo.
Después fue el turno de una serie de bandas nuevas y apadrinadas que intentan llenar el gap generacional pero que están lejos en términos musicales: Halestorm y Rival Sons. Todo joya, ningún drama. Además tocaron Electric Funeral y Perry Mason. Buen momento para agarrar comida y escabio. Ah sí, los recitales acá no dejan de ser un evento de entretenimiento masivo con todo lo que eso implica: sectores más VIP que otros, stands de comida muy cerca de los asientos, cerveza permitida en las gradas durante el show. Y así. Como el Movistar Arena de Buenos Aires pero con esteroides.
Después vinieron Anthrax, que cumplió, y Lamb of God, que se mandó tremendo cover de "Children of the Grave" (la única vez que sonaría en todo el día). Y después la primera sorpresa: el supergrupo A, que tocó "The Ultimate Sin" y "Shot in the Dark" (dupla hermosa), "Sweat Leaf", "Believer" y "Changes". Esta última interpretada por Yungblud, que la rompió toda con un registro vocal impresionante. Después de todo esto vino una proyección de Jack Black tocando "Mr. Crowley" rodeado de pibitos tipo School of Rock, entre los que estaban los hijos de Scott Ian y Tom Morello. Tranca.
Y después el primer bombazo: Alice in Chains. Verlo al hermoso de Jerry Cantrell tocando los riffs de "Man In The Box" es una inyección de vida perpetua. Primera vez que escucho a William DuVall al frente de la banda y debo decir que es prolijísimo, un gran cantante. Pero el hueco de Layne es imposible de llenar y su ausencia es una de las grandes de la noche. No sería la última: como ya dijimos, cada banda pasó por su propia pérdida. Después vino "Would" y cerraron con "Fairies Wear Boots".
Alice In Chains dió paso a Gojira, quizá la banda de metal más internacional del momento o con mayor proyección. Hicieron un correctísimo show aunque sonaron un poco más bajo que de costumbre –me pasó lo mismo cuando los vi en el Movistar Arena, a diferencia de la aplanadora que fueron en el Luna Park–, pero no dejaron de dar un recital tremendo con la dupla Du Plantier prendida fuego, como de costumbre.
Después vino el segundo momento de supergrupos. Empezó con un duelo a tres baterías entre Travis Baker, Chad Smith y Danny Carey, apoyados por Tom Morello, Nuno Betencourt y Rudy Zarzo. Una animalada. Y después vino el plato fuertísimo de la superbanda B con la voz a cargo de Billy Corgan, que hizo "Snowblind" y "Breaking The Law". Siguió el cambio de banda con Sammy Haggard a cargo de las voces y cerró en una cumbre de rock asesino con Steven Tyler y el mismísimo Ron Wood de los Rolling Stones. Una locura demencial.
Después del supergrupo entramos en la recta final. Abrió Pantera, con Zakk Wylde en la guitarra, y ahí la emoción me llevó puesto. Phil Anselmo pidió un fuerte saludo a Dimebag, y al primer acorde de "Cowboys from Hell" se vieron cuatro o cinco mosh pits en cuestión de segundos. Siguió con "Walk", que la cantó todo el estadio a los gritos y, como no podía ser de otra manera, se vino el cover de "Planet Caravan". Ahí el corazón no me aguantó más y me lloré todo. Pantera es la banda fundacional de mis amigo de Villa del Parque. Nos marcó desde chiquitos, en los '90, y se volvió nuestra identidad en los 2000.
Nunca nos recuperamos realmente de no haber podido verlos por no tener la edad suficiente cuando vinieron, pero al calor de los Vulgar Videos tuvimos la adolescencia y juventud más hermosa que hayamos podido tener. Joda, cerveza en cantidad, música, ensayos, bandas, destrucción en cantidad. Algo de eso quedó plasmado en 3220, mi novelita que voló bajo el radar. En patas, Phil Anselmo cantó "Electric Funeral" y la tristeza de no haber visto nunca en vivo a Vinnie Paul ni a Dimebag se aplacó un poco.
Llegó el turno de Tool, que sonó una bestialidad como siempre. Maynard hizo honor a su lugar en el mundo como el raro de los raros y tocó con una remera que decía "not local". Sonaron "Forty Six & 2", "Hand of Doom" y "Ænema". Obvio que el cover fue en el medio porque el mambo por la simetría no se le va con nada. Después fue el turno de Slayer, quizá la banda más pesada de la fecha, que abrió como una aplanadora con "Disciple" y cerró con "Angel of Death" para recordarnos que en realidad no es una banda sino una máquina de guerra que se prende al primer acorde y que solo se apaga cuando estás muerto y tirado en una zanja.
Así llegaron los Guns and Roses, que se despacharon tres covers de entrada, uno de ellos "Junior's Eye", que canté a gritos como loco malo. La gente de alrededor se cagaba de risa y me alentaba dado que era el único –al menos de la tribuna que me tocó, la del fondo– que la cantó como si fuera, no sé, "Paranoid". Completaron la tríada con "Never say Die" y "Sabbath Bloody Sabbath". Además de sus clásicos "Welcome to the Jungle" y "Paradise City". Slash desplegó toda su magia, que se anticipó apenas sonaron dos notas, y Axl estuvo un poco fuera de tiempo en un tema. Más allá de eso, ví a los Guns en Roses en vivo, ¿qué más puedo pedir?
Y como último plato de las bandas invitadas, ni más ni menos que Metallica. Que se despachó con seis temas, sonó una bestialidad, más ajustada que la última vez que los vi, y nos recordó por qué son la banda de metal vigente más grande de todas. Sonido perfecto, recital perfecto. En este orden, hicieron "Hole in the Sky", "Creeping Death", "For Whom the Bell Tolls", "Johnny Blade", "Battery" y "Master of Puppets". Dicen que lo bueno y breve dos veces bueno; te digo que un show de seis temas así y te agrego "Seek & Destroy" para cumplir con el ritual y casi que es perfecto.
Sin más bandas a la espera de tocar, más que los agasajados, se habían respondido algunas de las incógnitas sobre el estado actual del metal. Pese al paso del tiempo y a que la gran mayoría de los presentes son todos señores canosos –yo ya entré en ese proceso–, las bandas suenan tremendas, al menos en el vivo, con el volumen al palo y la mezcla para estadio. Quizá en la transmisión, con los canales ecualizados de otra manera, la sensación pueda ser otra. Lo que sí queda claro es que quienes más castigo reciben por el paso del tiempo son los cantantes, que tienen que enfrentar el deterioro lógico de su instrumento, la voz.
También está claro que el momento cúlmine de cada banda es parte del pasado. Black Sabbath compuso su repertorio en diez años entre 1968 y 1978, James Hetfield compuso "Master of Puppets" en sus veintes, Dimebag Darrel está muerto desde 2004, Layne Stayle es una leyenda que se agranda cada vez que la tierra cumple un giro alrededor del sol. Muchos de los músicos más influyentes de este género aparecieron en el firmamento del metal y murieron antes de que Black Sabbath se retirara.
Es innegable el paso del tiempo y el efecto de la entropía en nuestras bandas favoritas, en el género en sí y en nosotros. Pero quedó demostrado que eso no es un impedimento para que los músicos que compusieron estos himnos los sigan interpretando a lo largo de su vida, acorde sientan la necesidad o estén cómodos de hacerlo. No se puede volver el tiempo atrás. Lo que fue, ya fue y no va a volver nunca. Pero mientras estamos vivos, sigamos disfrutando el presente, lo que somos y lo que nos trajo hasta acá. Cómo dice el meme: "La tradición no es adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego".
Que salga la banda que queremos rock
Y entonces fue el momento que todos estábamos esperando. Ver cómo estaba Ozzy. En medio de un escenario oscuro, salió el Príncipe de las Tinieblas, sentado en un trono negro. Visiblemente herido por el Parkinson, pero con el espíritu intacto. Acompañado de su amigo Zakk Wylde, con quién tuve el honor de poder verlo en el Quilmes Rock de 2008 en un recital que me cambió la vida para siempre. Sonaron los acordes de "I Don't Know" y con eso la voz de Ozzy, como pudo, salió de la garganta del ícono e hizo delirar al estadio.
Siguieron "Mr. Crowley", "Suicide Solution" y "Mama, I'm Coming Home" con visible emoción del campeón de los pibes, que nos metió a todos en un tren emocional jodido. Intentando pararse del asiento, agitando los brazos, tirando las muecas características y pidiéndonos que rompamos todo. El recuerdo a Randy Roads, otro de los caídos en batalla, y el cierre con "Crazy Train", cuando ya no pude contener la emoción y me lloré todo, en recuerdo de los amigos, los que están, los que no están, los que siguen al lado, los que se enojaron por alguna pelotudez. En fin, la vida toda. Con Ozzy visiblemente agotado por el tremendo esfuerzo que le supuso cantar, se vino el receso final y la espera para el último show del día. Lo que todos vinimos a ver.
Y después de esperar un rato, en el que todos pensamos cómo iba a hacer Ozzy para seguir, sonaron las alarmas, las pantallas mostraron las escenas de guerra y sonaron los acordes de "War Pigs". Y ahí, cómo si estuviéramos en 1968, en el pub The Crown, estos cuatro ñatos, cada uno con su instrumento, ejecutó las notas clásicas del vigentísimo himno anti guerra. Geezer Butler, Bill Ward, Tony Iommi y Ozzy Osbourne se encontraban por última vez en un escenario para despedirse ante 50 mil personas, en su ciudad natal, en el estadio de su equipo de fútbol y para casi seis millones de personas que los estaban viendo por internet.
Porque se merecían una despedida a la altura de su historia. Porque estuvieron presentes los más grandes de este género y del rock todo (¡Steven Tyler con Ron Wood!), porque mandaron sus saludos desde Elton John a Judas Priest, pasando por AC/DC y Dolly Parton, porque demostraron que pese al paso del tiempo e incluso la enfermedad de Ozzy, están más vivos que nosotros. Y entonces sonó "N.I.B" y fue imposible no retrotraerse al disco que empezó todo.
Y sonó "Iron Man" y no pude no pensar en que fue el primer tema que escuché de ellos alguna vez (a los 15, jugando un juego de texto que se llamaba Drug Lord) y no pude no pensar en Nacho y Román, los únicos dos metaleros en todo el colegio que ya en 2001 vestían remeras de Cannibal Corpse y parches de Napalm Death y me iniciaron en el metal extremo. Imposible no pensar en Guido, Emi, el Negro, Pope y el Cabezón, la banda con la que fui a mil recitales, vi mil bandas y viví mil cosas, siempre con la música como nexo. "¿Y qué carajo me importan tus amigos?", estarán pensando, pero estoy casi seguro de que cualquiera que esté leyendo esto tiene su propia versión de ellos. Esos amigos de fierro, inconmovibles, esos amigos con los que Sabbath y el metal se fundieron para siempre. "A vos amigo", como decía Ricardo.
Y ya sin más bandas en espera ni canciones en la recámara sonó "Paranoid". El himno que hizo de Black Sabbath un ícono cultural planetario más allá del género, más allá de Inglaterra, más allá del rock. Y en esas últimas notas, ese riff y ese solo que todos conocemos de memoria, vimos conjurarse los hechizos inoxidables de estos cuatro magos modernos que hicieron del mundo un lugar mucho mejor del que encontraron. Y sonó la última nota, y se apagaron las luces, y ellos se despidieron. A la altura de la historia que forjaron, ante los ojos privilegiados de los que pudimos estar ahí. Ante las pantallas de millones de personas en el mundo que se merecían estar acá igual que todos.
Y con esas luces apagadas se terminó la historia de Black Sabbath en el planeta Tierra. La historia de los músicos que nos hicieron inmensamente felices, que se metieron en nuestra vida y nos dieron sentido a cambio de nada. Un último acto de generosidad conmovedora. Una última despedida para saber cuánto los amamos y cuánto nos amaron. Y mientras las luces se terminan de apagar y una ronda de fuegos artificiales trona en el cielo, de la mano del amor de mi vida busco la salida rápido para llegar antes al micro que nos lleva al hotel y descansar un poco después de esta aplanadora emocional, sólo puedo pensar en que el arte es lo más grande que tenemos.
En eso, y en el merecido descanso que le espera a estos cuatro titanes de la música, del arte y de la Tierra.